La cantidad de calor que la radiación solar deposita sobre la superficie de un lago es inmensa. Sin embargo, nos podríamos eternizar si sobre ella quisiéramos freír un huevo. Y es que la energía del Sol se encuentra demasiado dispersa por la amplia superficie acuática como para calentar. Imaginemos, sin embargo, que una pequeña fuente energética estuviera condensada en un volumen miles de millones de veces menor que el más diminuto de los átomos. Entonces, la concentración sería tan grande que se obraría un milagro: ¡la energía se transformaría en materia! De modo que una partícula puede considerarse como una forma compacta de la energía.
Este fenómeno, que sirvió a Einstein para proponer su famosa fórmula E = mc² (energía = masa x velocidad de la luz² ), no se puede observar en la vida cotidiana. En primer lugar, en los sucesos habituales de la naturaleza la energía no suele estar tan concentrada como para transformarse en partículas materiales; además, cuando llegan a formarse, estos corpúsculos son invisibles al ojo humano y, para colmo, su inestabilidad es tal que se evaporan inmediatamente y vuelven a convertirse en energía o se desintegran en otras partículas.
La creación de estos elementos materiales sólo se puede lograr artificialmente en los grandes aceleradores, unas enormes estructuras capaces de lanzar unas partículas contra otras a velocidades próximas a la de la luz. Cuando una de estas partículas colisiona con otra, la energía se libera de golpe transformándose en materia. Es decir, tras el choque hay más materia que antes. Son sólo unos breves instantes que los físicos aprovechan para estudiar sus más mínimos componentes.
Este fenómeno, que sirvió a Einstein para proponer su famosa fórmula E = mc² (energía = masa x velocidad de la luz² ), no se puede observar en la vida cotidiana. En primer lugar, en los sucesos habituales de la naturaleza la energía no suele estar tan concentrada como para transformarse en partículas materiales; además, cuando llegan a formarse, estos corpúsculos son invisibles al ojo humano y, para colmo, su inestabilidad es tal que se evaporan inmediatamente y vuelven a convertirse en energía o se desintegran en otras partículas.
La creación de estos elementos materiales sólo se puede lograr artificialmente en los grandes aceleradores, unas enormes estructuras capaces de lanzar unas partículas contra otras a velocidades próximas a la de la luz. Cuando una de estas partículas colisiona con otra, la energía se libera de golpe transformándose en materia. Es decir, tras el choque hay más materia que antes. Son sólo unos breves instantes que los físicos aprovechan para estudiar sus más mínimos componentes.
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