Estos días estoy volviendo a leer "Un matemático lee el periódico" de John Allen Paulos, un libro que llegó a mí de casualidad y que debería ser de obligada lectura para aquellos que trabajan con la información o especulan con ella. Entre las muchas anécdotas que cuenta Paulos poniendo en comunión cifras y letras con una gran dosis de humor (no obstante entre sus obras tenemos algunas como Mathematics and Humor y Pienso, luego río) he escogido su artículo sobre exactitudes ridículas:
"Pocas veces leo la sección gastronómica de los periódicos. Las críticas de los restaurantes me parecen a menudo presuntuosas o demasiado afectadas y no me interesan las recetas. Sin embargo, tengo que hacer una observación matemática a estas últimas.
A veces veo una receta que exige una taza de esto, unas cucharadas de aquello, una pizca de lo de aquí, cuatro o cinco rodajas de lo de allá, un par de nosequé de tamaño mediano y condimentación al gusto. No es esta vaguedad lo objetable, sino la aritmética que se deduce de ella.
Al final de la receta, en letra cursiva, se dice que la receta en cuestión da, por ejemplo, para cuatro o cinco raciones, con 761 calorías, 428 miligramos de sodio y 22,6 gramos de grasa cada una. Estas cantidades son demasiado exactas para lo que se cuece. El 1 del 761 es ridículo y casi diría el 6 también. El 7 es el único número que importa. Más exacto sería decir que cada ración tiene entre 700 y 800 calorías y más aún que se calcula que hay entre 600 y 900. Una ventaja extra de disponer de un abanico razonable de números en vez de una sola cifra de exactitud indeseada es que entonces tienta menos la idea de hinchar la receta y nos convencemos de que hemos consumido sólo 761 calorías.
He advertido también importantes diferencias en el tamaño de un helado de yogur o en la cantidad de cereal que contiene una caja. Sospecho que lo que es verdad para las recetas lo es también para los artículos envasados y congelados, aunque quizá en menor grado a causa de su mayor uniformidad de fabricación.
En cualquier caso, el problema de los números infundadamente exactos va más allá de la comida y las recetas. Un vecino, que sabe que soy matemático, me cuenta con orgullo que hace 32,25 kilómetros por litro de gasolina, sin aclararme si está orgulloso de su coche o de su capacidad de aritmética. El profesor de mi hija le pone un 93,5 en un examen, pero deja bien visible el 94 que ha tachado.
Si el número de que se trata es una suma o un producto, o bien depende matemáticamente de otras cantidades, basta con que una de éstas sea inexacta para que la inexactitud se contagie al número que interesa. Un buen ejemplo es el chiste del empleado del museo que decía a los visitantes que el dinosaurio expuesto tenía 90.000.006 años de antigüedad. Preguntado al respecto, respondía que le habían dicho que tenía 90 millones de años cuando él fue contratado por el museo, pero que de aquello hacía ya seis años".
"Pocas veces leo la sección gastronómica de los periódicos. Las críticas de los restaurantes me parecen a menudo presuntuosas o demasiado afectadas y no me interesan las recetas. Sin embargo, tengo que hacer una observación matemática a estas últimas.
A veces veo una receta que exige una taza de esto, unas cucharadas de aquello, una pizca de lo de aquí, cuatro o cinco rodajas de lo de allá, un par de nosequé de tamaño mediano y condimentación al gusto. No es esta vaguedad lo objetable, sino la aritmética que se deduce de ella.
Al final de la receta, en letra cursiva, se dice que la receta en cuestión da, por ejemplo, para cuatro o cinco raciones, con 761 calorías, 428 miligramos de sodio y 22,6 gramos de grasa cada una. Estas cantidades son demasiado exactas para lo que se cuece. El 1 del 761 es ridículo y casi diría el 6 también. El 7 es el único número que importa. Más exacto sería decir que cada ración tiene entre 700 y 800 calorías y más aún que se calcula que hay entre 600 y 900. Una ventaja extra de disponer de un abanico razonable de números en vez de una sola cifra de exactitud indeseada es que entonces tienta menos la idea de hinchar la receta y nos convencemos de que hemos consumido sólo 761 calorías.
He advertido también importantes diferencias en el tamaño de un helado de yogur o en la cantidad de cereal que contiene una caja. Sospecho que lo que es verdad para las recetas lo es también para los artículos envasados y congelados, aunque quizá en menor grado a causa de su mayor uniformidad de fabricación.
En cualquier caso, el problema de los números infundadamente exactos va más allá de la comida y las recetas. Un vecino, que sabe que soy matemático, me cuenta con orgullo que hace 32,25 kilómetros por litro de gasolina, sin aclararme si está orgulloso de su coche o de su capacidad de aritmética. El profesor de mi hija le pone un 93,5 en un examen, pero deja bien visible el 94 que ha tachado.
Si el número de que se trata es una suma o un producto, o bien depende matemáticamente de otras cantidades, basta con que una de éstas sea inexacta para que la inexactitud se contagie al número que interesa. Un buen ejemplo es el chiste del empleado del museo que decía a los visitantes que el dinosaurio expuesto tenía 90.000.006 años de antigüedad. Preguntado al respecto, respondía que le habían dicho que tenía 90 millones de años cuando él fue contratado por el museo, pero que de aquello hacía ya seis años".
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