Aunque comienzan a ser conocidos los logros y biografías de algunas mujeres científicas del siglo XX, no sucede todavía así con la aportación femenina al pasado, y también se echa de menos la presentación de modelos de mujer al hablar de aptitudes científicas. El reparto de papeles evitó a ésta hacer ciencia, pero también, aunque a veces lo hicieran, se silenció en las biografías y se pasaron por alto cualidades que eran consideradas impropias de ellas. Se ocultó su papel o se enmascaró en el de sus compañeros masculinos (maridos, hermanos ...), según el conformista enunciado de que “detrás de cada gran hombre hay una gran mujer”.
Un caso paradigmático es, quizás, el de Caroline Herschel (1750-1848), de quien se dice planificaba las observaciones telescópicas de su hermano William y se distraía buscando novedades en el cielo mientras él andaba enrollado en cosas de la Royal Society. No sólo le tocaba hacer los cálculos correspondientes a las observaciones que él realizara la noche anterior, sino que también, fruto de sus vigilias, es el descubrimiento de 8 cometas y varias nebulosas y cúmulos. Creo que tenía una especial intuición a la hora de enfocar el telescopio para descubrir entre las estrellas esas nubecillas difusas.
Otro personaje encantador es el Hildegard von Bingen (1098-1179), una mujer cuya consulta requirieron reyes, obispos y papas. Es la escritora más prolífica del medioevo, autora de antífonas de canto llano (gregoriano), sufridora de migrañas con auras antológicas que le hacían ver chiribitas, y gran experta en plantas medicinales. Escribió sobre animales, plantas y minerales un siglo antes que Alberto Magno, haciendo prevalecer sus observaciones directas sobre las descripciones míticas. Los alemanes la veneran como santa, aunque oficialmente no haya pasado de beata. No sé si el que la hayan dejado pendiente de canonización tiene que ver con su empirismo o con su visión positiva del sexo y la detallada descripción que hizo de un orgasmo femenino.
Otras veces, los matices científicos quedan ocultos por los literarios, tradicionalmente más propios de la condición femenina. Juana Ramírez es famosa como poetisa y como monja, con el nombre de Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695). Era una persona motivada hacia el conocimiento (“Siempre me causa más contento poner riquezas en mi pensamiento que no mi pensamiento en las riquezas”), aficionada a la observación astronómica y un modelo de curiosidad (“Soñé que de una vez quería conocer todas las cosas de que el universo se compone”). También es ejemplo de espíritu crítico y libertad de pensamiento.
Aunque no están claros sus datos, otra mujer interesante es María la Judía, que vivió en la Alejandría del siglo I y es uno de los alquimistas más antiguos que conocemos. Parece que conoció las composición del ácido clorhídrico. A ella se le atribuye la invención del “baño María”, una forma de calentar algo sin sobrepasar los 100 grados, al sumergirlo en agua hirviendo. Me quedo con una frase de María que avala la paciencia y constancia femeninas: “Los hombres... tienen mucha prisa y quieren hacer la Obra muy pronto”.
Para el final queda una de las figuras más románticas de la historia de la ciencia, como es Hipatia, que enseñó astronomía y matemáticas en la Escuela de Alejandría. Destaca su trabajo sobre cónicas y, si no fue la inventora del astrolabio, al menos explicó su fabricación y su uso. También inventó un dispositivo para destilar agua, y otro para medir su densidad.
Algunos consideran que es la primera mártir del conocimiento científico, víctima de un conflicto político-religioso que tuvo lugar en el 415. La acusaron de idolatría, según parece por envidia, y fue salvajamente torturada, asesinada y mutilada por monjes cristianos que asaltaron su clase. En sus cartas nos dejó una invitación a la racionalidad: “Defiende tu derecho a pensar, porque incluso pensar de manera errónea es mejor que no pensar”
Ramón Núñez
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