martes, 20 de marzo de 2007

Verde, naturalmente

Al absorber la luz del sol, la clorofila – un pigmento vegetal – obra el milagro de reverdecer cada año los nuevos brotes y permitir la vida en nuestro planeta. Pero no sólo las plantas son verdes; muchos animales adoptan ese color con sabios propósitos ...

La clorofila es un pigmento o compuesto fotosensible que se encuentra en los vegetales y – aunque en cantidades ínfimas – también en ciertos animales como algunos insectos que la acumulan, porque no la digieren.


En efecto, la clorofila es un compuesto químico fundamental, una molécula captadora de energía imprescindible para la vida de muy distintos tipos de seres que pueblan el planeta, y vital para las plantas. Esta molécula se encuentra localizada en los cloroplastos de las células vegetales, unas minúsculas centrales energéticas que el sol activa. A primera vista la molécula de clorofila resulta muy compleja: un anillo central, compuesto por un núcleo de magnesio, rodeado por anillos de nitrógeno y carbono.



Pero lo verdaderamente importante de la clorofila es que su concurso hace posible la fotosíntesis, la reacción química que consigue transformar el dióxido de carbono y el agua en alimento; es decir, en materia orgánica como proteínas, glúcidos y lípidos que sirve de nutrición. En esta tarea de síntesis, la luz del sol que es absorbida juega el papel más importante. En su fuente externa de energía, sin la cual ese proceso nutritivo no tendría lugar.


Todos los seres vivos del planeta están formados por carbono, pero nuestra única forma de adquirirlo es a través del dióxido de carbono que se encuentra en la atmósfera. Es precisamente la fotosíntesis la que hace posible que este gas tan vital se incorpore al mundo viviente. Se estima que en el proceso fotosintético se emplean anualmente unos 200.000 millones de toneladas de dióxido de carbono, volumen lo suficientemente grande para su contenido en la atmósfera se extinguiera en pocos meses, y en el océano en 300 años, si no fuera por la fotosíntesis. Este sapientísimo proceso tiene previsto su repuesto, a través de la respiración vegetal y animal, que devuelve el dióxido de carbono al ambiente. El equilibrio en el ciclo del carbono garantiza, pues, la existencia de todos los seres vivos sobre la faz de la Tierra.


A vista de la importancia de la fotosíntesis, y en última instancia de la clorofila, que participa como activadora en el proceso, ¿quién va a negar la trascendencia del color verde? Pero verdes a muchos, dependiendo de las diversas clorofilas, que las hay distintas, así como de la proporción del pigmento que dispone la planta. Aun se advierte un cambio cromático sustancial en todo el follaje verde en determinadas épocas del año. La producción y mantenimiento de la clorofila depende de su exposición a la luz. Por eso, ningún brote joven reverdece hasta que ha crecido por encima del suelo y las plantas pierden su color cuando se cultivan en una cámara oscura. . Durante el otoño la clorofila de las hojas caducifolias se descompone incluso en presencia de la luz, dejando a la vista otros pigmentos que el resto del año ha enmascarado.



Verde que te quiero verde para las plantas. Es su color obvio, obligado. Pero, ¿y en los animales? Sin duda, no es inherente a ellos, pero también son aficionados a él, aunque no por puro capricho. El color es algo muy serio en el mundo animal.


Los insectos, por ejemplo, exhiben el color verde como medio de atracción y comunicación. Pero también les sirve de camuflaje. Es el caso de los célebres insectos palo o los insectos hoja. Otro insecto verde, la mantis religiosa, emplea también disfraces para acercarse o dejar que sus presas se le aproximen.


Los anfibios se visten de verde con la misma finalidad de camuflarse. Maestra en ese arte del mimetismo es la ranita de San Antonio (Hyla arborea).



Subiendo otro peldaño en la escala evolutiva, los reptiles no se privan del verde bajo ningún concepto. Diríase que es su color preferido, quizá por que su condición reptante les obliga a integrarse en el paisaje del suelo por el que se deslizan.


El verde reviste una importancia considerable en las aves, tanto en los llamativos plumajes perennes como en los vistosísimos esmeraldas que exhiben algunas especies exóticas. Sin duda, el mayor prodigio de cromatismo es el que ofrece la majestuosa cola en abanico del pavo real, cuyas plumas posee un ocelo verde cada una.


Los mamífero, sin embargo, apenas hacen uso de este color. En vez de la clorofila como en las plantas, otra sustancia química – la melanina – es el pigmento que predomina para darnos tinte. Por eso no existe, ni puede existir el famoso perro verde. En el mamífero lo único que pueden ser verdes son los ojos. Especialmente bellos son los de los felinos. Sobre todo los del mítico lince ibérico(Lynx pardina), o los del lobo cerval.


Hablar de verde está de moda. Verde es, por así decirlo, sinónimo de naturaleza, de ecología. Hoy abundan en medio mundo los partidos que se llaman verdes. ¡Qué ironía que proliferen a medida que la Tierra va perdiendo tan genuina y bella tonalidad! Ya hay quien ha pronosticado cual será el color del cambio: el amarillo que se corresponde con el tono del desierto. Pero, seamos honestos, el amarillo es también un color propio de la naturaleza, que no siempre ha de implicar tipo alguno de deterioro medioambiental.

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