Imagine a una joven mujer policía contenta con su vocación; luego imagínenla teniendo que decirle a una familia cuyo hijo se ha perdido, que ha sido encontrado muerto, asesinado en un bosque cercano. O piensen en un jóven médico recien titulado que tiene que decirles que la biopsia revela invasión por un tumor de metastasis agresiva. Doctores y policías saben que muchos aceptan la cruda verdad con dignidad pero que otros tratan en vano de negarla.
Cualquiera que sea la respuesta, médicos y policías no tienen cómo escapar de su deber.
Por estas razonas este artículo es el más difícil que he escrito. Mi teoría Gaia ve a la Tierra comportándose como si estuviera viva, y desde luego, cualquier cosa viva puede disfrutar de buena salud, o sufrir enfermedades. Gaia me ha convertido en un médico planetario y me tomo mi profesión seriamente, y ahora, yo también vengo a traer malas noticias.
Los centros climáticos de todo el mundo, que son el equivalente de los laboratorios de patología de un hospital, vienen informando de la condición física de la Tierra, y los especialistas en clima la ven seriamente enferma, a punto de sufrir una fiebre maligna que podría durar 100.000 años. Me veo en la obligación de decirles, como miembro de la familia Tierra y como parte íntimamente relacionada con ella, que ustedes y especialmente la civilización están en grave peligro.
Nuestro planeta se ha mantenido sano y apto para la vida, igual como lo hace un animal, durante la mayor parte de los más de tres mil millones de años de su existencia. Fue una pésima suerte que nosotros empezáramos a contaminar en una época en que el sol calienta demasiado para resultar confortable. Le hemos dado fiebre a Gaia y pronto su situación se agravará hasta un estado semejante al coma. El planeta ya ha pasado por esto y se recuperó, pero le tomó más de 100.000 años. Somos los responsables y sufriremos las consecuencias: a medida que avance el siglo, la temperatura aumentará 8 grados centígrados en regiones templadas y 5 grados en los trópicos.
La mayor parte de la masa de tierra tropical se convertirá en desierto y ya no servirá como regulador (del clima), lo que se suma al 40% de la superficie de la Tierra que hemos devastado para alimentarnos.
Curiosamente, la polución aerosol del hemisferio norte está reduciendo el calentamiento global porque refleja la luz solar al espacio. Este 'oscurecimiento global' es transitorio y podría desaparecer en pocos días como el humo que es, dejándonos completamente expuestos al calor del invernadero global. Estamos en el clima del tonto, que se mantiene fresco de forma accidental gracias al humo, y antes de que este siglo termine, miles de millones de nosotros moriremos y las pocas parejas de humanos capaces de reproducirse que sobrevivan estarán en el Artico donde el clima se mantiene tolerable.
Al no ver que la Tierra ya no regula su clima y su composición, hemos cometido el error de tratar de hacerlo nosotros, actuando como si estuviéramos al mando. Y al hacerlo, no hemos condenado a la peor forma de esclavitud. Si elegimos ser los mayordomos de la Tierra, entonces somos responsables de mantener la atmósfera, el océano y la superficie de la tierra en condiciones correctas para la vida. Tarea que pronto descubriremos que es imposible - y que antes de que tratáramos a Gaia tan mal, ella hacía gratuitamente por nosotros.
Para comprender hasta qué punto es imposible, piensen como se las arreglarían ustedes para regular su propia temperatura o la composición de su sangre. Las personas con riñones que fallan conocen el eterno problema diario de ajustar el consumo de agua, sal y proteína. El artefacto tecnológico de la diálisis ayuda, pero no es sustituto de unos riñones sanos.
Mi nuevo libro 'La Venganza de Gaia' expande estas ideas, pero se preguntarán por qué la ciencia tardó tanto en reconocer la verdadera naturaleza de la Tierra. Creo que se debe a que la visión de Darwin era tan buena y clara que nos ha tomado hasta ahora digerirla. En tiempos de Darwin, poco se sabía sobre química de la atmósfera y los océanos y debieron haber pocas razones para que Darwin se preguntara si los organismos cambiaban su entorno además de adaptarse a él.
Si en esa época se hubiera sabido que la vida y el ambiente están estrechamente compenetrados, Darwin habría visto que la evolución implicaba no solamente a los organismos sino también a toda la superficie planetaria. Entonces podríamos haber mirado a la Tierra como si estuviera viva, y haber sabido que no podemos contaminar el aire o usar su piel -sus bosques y ecosistemas oceánicos- como una mera fuente de productos que nos alimenten y amueblen nuestras casas. Habríamos percibido de forma instintiva que esos ecosistemas deben permanecer intactos porque son parte de la Tierra viviente.
Así que ¿qué debemos hacer? Lo primero es tomar conciencia del ritmo sobrecogedor de cambio y comprender qué queda poco tiempo para actuar; luego, cada comunidad y cada nación debe descubrir el mejor uso de sus recursos para sostener la civilización tanto tiempo como sea posible. Nuestra civilización es intensiva en energía y no podemos apagarla sin estrellarnos, así que necesitamos la seguridad de un descenso propulsado. En Gran Bretaña estamos acostumbrados a pensar en toda la humanidad y no solamente en nosotros mismos; el cambio ambiental es global pero tenemos que ocuparnos de las consecuencias aquí, en el Reino Unido.
Por desgracia nuestra nación está actualmente tan urbanizada que es casi como una gran ciudad y contamos con areas pequeñas para agricultura y bosques. Dependemos del mundo comercial para sustentarnos. El cambio climático nos negará nuestros suministros regulares de alimento y combustible que viene de ultramar.
Podríamos crecer lo suficiente como para ser capaces de alimentarnos con la dieta de la Segunda Guerra Mundial, pero la noción de que todavía hay suficiente tierra para producir combustible orgánico o para convertirla en granjas de energía eólica es absurda. Haremos cuanto podamos para sobrevivir, pero lamentablemente no veo a los Estados Unidos o las economías emergentes de China e India deteniéndose a tiempo, y ellos son la principal fuente de emisiones. Ocurrirá lo peor y los que sobrevivan tendrán que adaptarse a un clima infernal.
Posiblemente, lo más triste es que Gaia va a perder tanto o más que nosotros. No solamente se extinguirá vida silvestre y ecosistemas completos, pero en la civilización humana, el planeta tiene un recurso precioso. No somos sólo una enfermedad. Somos, por nuestra inteligencia y comunicación, el sistema nervioso del planeta. Es a través nuestro, que Gaia se ha visto a sí misma desde el espacio y empieza a conocer su lugar en el universo.
Deberíamos ser el corazón y la mente de la Tierra, no su enfermedad. Seamos valientes y dejemos de pensar solamente en las necesidades y derechos, reconozcamos que hemos hecho daño a la Tierra viviente y que necesitamos hacer las paces con Gaia. Debemos hacerlo cuando todavía somos fuertes como para negociar y no una chusma desesperada dirigida por señores de la guerra brutales. Más aún, deberíamos recodar que somos parte de ella, y que ella es realmente nuestro hogar.
James Lovelock
El autor es un científico medioambientalista independiente y miembro de la Royal Society.
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