Han tenido que pasar 7 años y una portada en Menéame para que me decida a publicar la 3ª parte de Mundo Futuro. Supongo que en su momento me pareció tan fantasioso lo que se contaba en aquella parte del suplemento especial de Muy Interesante de octubre 1992 que decidí dar por cerrada la serie. Ha pasado tanto tiempo que ni estoy seguro. Así que es un buen momento para terminar la trilogía todo gracias a la iniciativa de EvilGeniusFromHell (sic) y al interés de los meneantes. Dejar claro que todo lo que aquí se expone sale de los artículos que por 1992 publicaron Alejandro Sacristán, José Antonio Mayo y María Estalayo, entre otros. Resulta llamativo seguir hablando en futuro de aquellas ideas que se planteaban en unos artículos publicados hace ya la friolera de 22 años.
Es esta tercera parte, que va de 2060 al 2092, la que la autora del artículo, María Estalayo, denominó LA SOCIEDAD DE LAS UTOPÍAS. Un momento en el que ser humano ya habría cubierto todas sus necesidades materiales e iría, ahora sí, en pos de la utopía. Teniendo la 'mente global' como objetivo, se desarrollará un proyecto espiritual que integre a la humanidad con el planeta y con el resto del universo. Veamos lo que proponía la autora entonces..
Img: Portada del espacial 'Los próximos 100 años' de Muy Interesante
Es esta tercera parte, que va de 2060 al 2092, la que la autora del artículo, María Estalayo, denominó LA SOCIEDAD DE LAS UTOPÍAS. Un momento en el que ser humano ya habría cubierto todas sus necesidades materiales e iría, ahora sí, en pos de la utopía. Teniendo la 'mente global' como objetivo, se desarrollará un proyecto espiritual que integre a la humanidad con el planeta y con el resto del universo. Veamos lo que proponía la autora entonces..
Vivir todas las experiencias de hombres y animales será la gran conquista tecnológica de finales del siglo XXI. Podremos repetir en la conciencia de un ser vivo la memoria y los sentimientos de un antepasado. Algo parecido a aquella fantástica película de 1983 llamada Proyecto Brainstorm. Ya en 1992 el físico Freeman J. Dyson aseguraba que llegaría el momento en que la distinción entre vivo o muerto, presente y pasado, sería algo confuso, debido a las 'máquinas de los recuerdos'. También defendía los implantes de recuerdos artificiales (tal y como se mostraba en la por entonces reciente Desafío Total). Freema Dyson también imaginaba un mundo en el que en lugar de admirar la belleza de la naturaleza desde fuera, se miraría directamente, a través de los ojos de los animales. Para entonces ya conoceríamos los códigos electroquímicos por los que las imágenes son convertidas en sensaciones. Podría devolverse por tanto la vista a los ciegos, incluso si carecen de ojos. Se podría ir más allá y bucear en la memoria genética de la célula hasta recomponer la historia de los seres vivos del planeta, algo que la autora del artículo relaciona con la, también por entonces reciente, teoría de Rupert Sheldrake sobre los campos morfogenéticos.
Una vez cubiertas todas las necesidades tanto materiales como energéticas, gracias entre otras cosas al control de la población, la conquista del espacio y el desarrollo tecnologías microscópicas, la autora planteaba que la humanidad tendería al dominio de la última frontera: la mente y la muerte. La comunicación directa cerebro a cerebro y la telepatía, algo que ya planteaba Asimov en La mente errabunda (donde concebía un transductor implantado en el cuerpo capaz de convertir la información electrónica en un tipo de impresión que el cerebro puede interpretar), cambiará la relación entre las personas. Se llegaría a comprender al otro en su totalidad, por lo que devengaríamos en seres cuasi espirituales. Habríamos alcanzado la mente global. Estaría por resolver por tanto dónde quedaría la intimidad y la individualidad.
Pero también debemos considerar que ya para entonces la humanidad podría haber mutado, deshaciéndose de la carga corporal. La vejez y la enfermedad no serán por tanto un problema. En 1992 algunos expertos en robótica, como Hans Moraver, defendían que no había razones para que no fuéramos en un futuro inmortales. Moraver planteaba colocar el cerebro en un cuerpo de metal. Otros, como Dougal Dixon, proponían alteraciones genéticas para que el cuerpo durase eternamente. O Paul Segall, que defendía que la clonación crearía embriones que servirían como banco de células y tejidos.
Y llegaríamos así al último paso evolutivo, desde las estructuras de calcio a las ectoplasmáticas. El ya mencionado Freeman Dyson imaginaba seres humanos muy evolucionados, formando una nube desmaterializada que viviría en los espacios interplanetarios. Una conciencia única en forma de nube galáctica. Algo ya propuesto anteriormente por Fred Hoyle en La nube negra. El secreto estaría según autores como Arthur C. Clarke en la cuarta dimensión. Un objeto que se moviera en esa dimensión sería invisible en nuestro mundo tridimensional, defendía. Clarke aseguraba que esa cuarta dimensión se podría crear artificialmente.
Pero si a finales del siglo XXI no hemos alcanzado un grado tan evolucionado de desarrollo espiritual, de todas formas seguiríamos con la expansión tecnológica. Llegaremos a terreformar planetas hasta el momento inhabitables. Serán la biología molecular, las neurofisiología y la física espacial las áreas del conocimiento que dominarán el siglo XXI, aseguraba la autora del artículo. Dyson proponía el diseño de naves espaciales que pesasen sólo un kilo. Naves que no se construirían, sino que crecerían, pues estarían organizadas biológicamente y sus planos se escribirían en el lenguaje del ADN. Estas naves, dotadas de una evolucionada inteligencia artificial, podrían desarrollar alas, patas, o lo que necesitasen una vez llegadas a destino.
En este avance por el espacio nos encontraremos inevitablemente con otras civilizaciones. La mayoría de los estudios de prospectiva ya entonces situaban en las últimas décadas del siglo XXI el encuentro con alienígenas, y lo que ello supondrá de transformación de nuestro planeta. Como defendía entonces María Estalayo, quizá antes logremos tomar contacto con otras especies no humanas terrestres, como los defines. Si a finales del siglo XXI llegamos a un estado de comunicación absoluta con animales e incluso plantas (y tal vez con el propio planeta), el ser humano habrá trascendido su condición de especie. La mayoría de nosotros no estará aquí para vivir semejante experiencia, pero tan solo el planteárselo es ya un fantástico viaje.
Fuente:
Suplemento de la revista Muy Interesante nº 137, octubre 1992.
Entradas relacionadas:
Mundo Futuro I
Mundo Futuro II
Img: Proyecto Brainstorm. MGM.
Una vez cubiertas todas las necesidades tanto materiales como energéticas, gracias entre otras cosas al control de la población, la conquista del espacio y el desarrollo tecnologías microscópicas, la autora planteaba que la humanidad tendería al dominio de la última frontera: la mente y la muerte. La comunicación directa cerebro a cerebro y la telepatía, algo que ya planteaba Asimov en La mente errabunda (donde concebía un transductor implantado en el cuerpo capaz de convertir la información electrónica en un tipo de impresión que el cerebro puede interpretar), cambiará la relación entre las personas. Se llegaría a comprender al otro en su totalidad, por lo que devengaríamos en seres cuasi espirituales. Habríamos alcanzado la mente global. Estaría por resolver por tanto dónde quedaría la intimidad y la individualidad.
Img: X-Men. 20th Century Fox
Pero también debemos considerar que ya para entonces la humanidad podría haber mutado, deshaciéndose de la carga corporal. La vejez y la enfermedad no serán por tanto un problema. En 1992 algunos expertos en robótica, como Hans Moraver, defendían que no había razones para que no fuéramos en un futuro inmortales. Moraver planteaba colocar el cerebro en un cuerpo de metal. Otros, como Dougal Dixon, proponían alteraciones genéticas para que el cuerpo durase eternamente. O Paul Segall, que defendía que la clonación crearía embriones que servirían como banco de células y tejidos.
Y llegaríamos así al último paso evolutivo, desde las estructuras de calcio a las ectoplasmáticas. El ya mencionado Freeman Dyson imaginaba seres humanos muy evolucionados, formando una nube desmaterializada que viviría en los espacios interplanetarios. Una conciencia única en forma de nube galáctica. Algo ya propuesto anteriormente por Fred Hoyle en La nube negra. El secreto estaría según autores como Arthur C. Clarke en la cuarta dimensión. Un objeto que se moviera en esa dimensión sería invisible en nuestro mundo tridimensional, defendía. Clarke aseguraba que esa cuarta dimensión se podría crear artificialmente.
Pero si a finales del siglo XXI no hemos alcanzado un grado tan evolucionado de desarrollo espiritual, de todas formas seguiríamos con la expansión tecnológica. Llegaremos a terreformar planetas hasta el momento inhabitables. Serán la biología molecular, las neurofisiología y la física espacial las áreas del conocimiento que dominarán el siglo XXI, aseguraba la autora del artículo. Dyson proponía el diseño de naves espaciales que pesasen sólo un kilo. Naves que no se construirían, sino que crecerían, pues estarían organizadas biológicamente y sus planos se escribirían en el lenguaje del ADN. Estas naves, dotadas de una evolucionada inteligencia artificial, podrían desarrollar alas, patas, o lo que necesitasen una vez llegadas a destino.
Img: Prototipo de insecto robot de la NASA. 1992.
En este avance por el espacio nos encontraremos inevitablemente con otras civilizaciones. La mayoría de los estudios de prospectiva ya entonces situaban en las últimas décadas del siglo XXI el encuentro con alienígenas, y lo que ello supondrá de transformación de nuestro planeta. Como defendía entonces María Estalayo, quizá antes logremos tomar contacto con otras especies no humanas terrestres, como los defines. Si a finales del siglo XXI llegamos a un estado de comunicación absoluta con animales e incluso plantas (y tal vez con el propio planeta), el ser humano habrá trascendido su condición de especie. La mayoría de nosotros no estará aquí para vivir semejante experiencia, pero tan solo el planteárselo es ya un fantástico viaje.
Fuente:
Suplemento de la revista Muy Interesante nº 137, octubre 1992.
Entradas relacionadas:
Mundo Futuro I
Mundo Futuro II
1 comentario:
¡Que no te suponga cargo de conciencia que fuese yo! :D ¡Un millón de gracias!
Todo esto es precisamente lo que le da sentido a los agregadores de noticias y prueba que las "tasas Google" son frenos al progreso.
Publicar un comentario