17 de octubre de 1946
Arlene:
Te adoro, cariño.
Sé cuánto te gusta oír esto, pero no sólo lo escribo porque a ti te guste; lo escribo porque me reconforta escribírtelo.
Ha pasado un tiempo terriblemente largo -casi dos años- desde la última vez que te escribí, pero sé que me excusarás porque sé que entiendes cómo soy, tozudo y realista; y creía que no tenía sentido escribir.
Pero ahora sé, mi querida esposa, que está bien hacer lo que he retrasado hacer y lo que tanto he hecho en el pasado. Quiero decirte que te quiero. Quiero amarte, siempre te amaré.
Me resulta difícil entender lo que significa amarte después de que hayas muerto, pero aún quiero consolarte y cuidar de ti, y quiero que tú me ames y cuides de mí. Quiero tener problemas que discutir contigo, quiero hacer pequeños proyectos contigo. Hasta ahora nunca pensé que pudiéramos hacer eso juntos. Que deberíamos hacerlo. Juntos empezamos a aprender a hacer telas juntos, o a aprender chino, o conseguir un proyector de cine. Ahora no puedo hacerlo. No. Estoy solo sin ti y tú eras la “mujer-idea” y la instigadora de todas nuestras aventuras salvajes.
Cuando enfermaste te preocupaste porque no podías darme algo que tú querías hacer y pensabas que yo necesitaba. No tenías que haberte preocupado. Igual que te dije entonces, no era necesario porque te quería mucho y de muchas maneras. Y ahora es incluso más cierto: no puedes darme nada ahora pero yo te quiero y te interpones en mi camino para amar a cualquier otra, pero quiero permanecer así. Tu, muerta, eres mucho mejor que cualquier otra viva.
Sé que me dirás que estoy loco y que quieres que sea plenamente feliz y no quieres interferir en mi camino. Apostaría a que estás sorprendida de que ni siquiera tenga una novia (excepto tú, tesoro) después de dos años. Pero no puedes evitarlo, cariño, ni yo puedo; no lo entiendo, pues he conocido a muchas chicas y muy guapas y no quiero quedarme solo, pero tras dos o tres encuentros todas ellas parecen cenizas. Sólo tú me quedas. Tú eres real. Mi querida esposa, te adoro.
Amo a mi mujer. Mi mujer está muerta.
Amo a mi mujer. Mi mujer está muerta.
Rich.
P.D. Perdona que no eche esto al correo, pero no sé tu nueva dirección.
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Del libro ¡Ojalá lo supiera!, las cartas de Richard Feynman
Richard Feynman es una de las figuras más importantes de la ciencia del siglo XX. Incluso antes de ganar el premio Nobel de Física en 1965, sus heterodoxas conferencias de física le granjearon una buena reputación entre estudiantes e investigadores de todo el mundo. Fue su desmesurado amor por la vida, sin embargo, lo que le valió el estatus de icono cultural norteamericano: un intelecto extraordinario y devoto a la creencia de que la emoción del descubrimiento está muy emparentada con la alegría de comunicarlo a los demás. (Timothy Ferris)
Cuenta la historia que Richard le había regalado a su esposa un reloj con grandes números que pudiera ver la hora desde la cama. Arlene tenía el reloj a su lado en el momento de su muerte. Falleció a las 9:22 de la noche y el reloj se detuvo justo a esa hora, dejando de funcionar para siempre... Feynman no creía en lo sobrenatural, y dejando a un lado romanticismos se puso a investigar sobre este hecho. Después de muchas conjeturas, recordó que el reloj se desajustaba periódicamente y había que arreglarlo para que siguiese funcionando, por lo que llegó a la conclusión que en el momento de la muerte de su esposa, la enfermera que estaba a su cuidado levantó el reloj justo en el momento de fallecer Arlene para anotar la hora, desajustando el reloj... Seguro que muchos de nosotros, menos observadores y no tan escépticos, hubiéramos buscado otro tipo de explicación...
"La genialidad no está reñida con una vida emotivamente rica".
Esta frase define perfectamente la vida de Feynman, quien protagonizó una bella historia de amor con su primera esposa, Arlene. Feynman conoció a Arlene Greenbaum siendo muy joven. Cuando ya hacían planes de boda recibieron una terrible noticia: Arlene había enfermado de tuberculosis, incurable por entonces. Feynman no abandonó a Arlene y a pesar de los consejos familiares decidieron casarse. Debido a su enfermedad ella tenía que vivir internada en un sanatorio, y según nos cuenta Feynman, después de celebrar la boda él tan solo pudo darle un beso en la mejilla y la llevó directamente al hospital.. Siete años después ella murió.
Esta frase define perfectamente la vida de Feynman, quien protagonizó una bella historia de amor con su primera esposa, Arlene. Feynman conoció a Arlene Greenbaum siendo muy joven. Cuando ya hacían planes de boda recibieron una terrible noticia: Arlene había enfermado de tuberculosis, incurable por entonces. Feynman no abandonó a Arlene y a pesar de los consejos familiares decidieron casarse. Debido a su enfermedad ella tenía que vivir internada en un sanatorio, y según nos cuenta Feynman, después de celebrar la boda él tan solo pudo darle un beso en la mejilla y la llevó directamente al hospital.. Siete años después ella murió.
Cuenta la historia que Richard le había regalado a su esposa un reloj con grandes números que pudiera ver la hora desde la cama. Arlene tenía el reloj a su lado en el momento de su muerte. Falleció a las 9:22 de la noche y el reloj se detuvo justo a esa hora, dejando de funcionar para siempre... Feynman no creía en lo sobrenatural, y dejando a un lado romanticismos se puso a investigar sobre este hecho. Después de muchas conjeturas, recordó que el reloj se desajustaba periódicamente y había que arreglarlo para que siguiese funcionando, por lo que llegó a la conclusión que en el momento de la muerte de su esposa, la enfermera que estaba a su cuidado levantó el reloj justo en el momento de fallecer Arlene para anotar la hora, desajustando el reloj... Seguro que muchos de nosotros, menos observadores y no tan escépticos, hubiéramos buscado otro tipo de explicación...
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